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sábado, 1 de junio de 2019

  • La primera serie Marvel de Star Wars

    Hace mucho tiempo, allá por los lejanos años 70, Marvel Comics obtuvo los derechos para adaptar en viñetas una película titulada “Star Wars”. Roy Thomas- famoso guionista de títulos como “ Los Vengadores”, “Thor” o “Conan”, entre otros-  contactó con Lucasfilm y pudo convencerles de que Marvel era la mejor opción para trasladar al comic su historia galáctica.
    Fue una elección providencial para la editorial, en unos tiempos en los que el mercado del comic book estaba atravesando una notable crisis. El boom de los superhéroes de los sesenta había pasado, y la industria intentaba renovarse con nuevos géneros: fantasía heroica, ciencia ficción, artes marciales…..y adaptaciones cinematográficas.
    Reimpresión del primer nùmero de la serie.
     A este último campo pertenecía el comic de “Star Wars”.  Si la adaptación de la película obtenía éxito, Marvel no dudaba en continuarla con material propio, aprovechando el poseer sus derechos en ese momento. Y desde luego esta tuvo éxito; no había vendido tanto un comic desde la Edad de Oro de los años 40.
    Visto en perspectiva, la adaptación primigenia de “Star Wars” es un tebeo solvente, con ritmo y un grafismo por momentos interesante, pero que no pasa de la calidad de una obra de encargo. Roy Thomas hizo trabajos mejores; al igual que el dibujante Howard Chaykin, aunque algo de su personal dibujo aparece en las viñetas de “Star Wars”, muy inferiores a las de su “Cody Starbuck” o su “American Flag”.
    Ninguno de los dos autores guarda un especial recuerdo de la obra. Chaykin detesta que sea su comic más popular, por encima de otros  títulos por los que siente mayor aprecio. Además,  apenas recibió una pequeña bonificación económica por las espectaculares ventas, y ninguna por los beneficios de sus reediciones.
    Los Ocho Magníficos de Han Solo
    Thomas, por su parte, topó con el problema de como continuar la serie, tras terminar la traslación de la película. La mejor idea que tuvo fue que Han Solo y Chewbacca se embarcaran en una versión galáctica de los Siete Magníficos, acompañados por personajes tan estrafalarios como Jaxxon, un gigantesco conejo verde, o Don Wan Kihote, una suerte de Don Quijote que en vez de creerse caballero andante imaginaba ser un autentico jedi, con espada de luz incluida.
    Incómodo con la serie, Roy le comentó a Archie Goodwin, el editor en jefe de Marvel, su deseo de abandonarla. Goodwin también era guionista, y estaba fascinado con la película de George Lucas, así que aprovechó su posición en la estructura de Marvel para hacerse con el puesto. Eso sucedió en el número 11, y con Goodwin desembarcó un nuevo dibujante: Carmine Infantino.
    A primera vista, la opción de Infantino era perfecta para “Star Wars”. Infantino había sido uno de los grandes del comic book; a la altura de Jack Kirby, Steve Ditko o Neal Adams. En los años 50 relanzó en DC  al personaje de Flash, el Relámpago Humano; y en los 60 hizo lo mismo con Batman. También había dibujado con éxito tebeos de ciencia ficción como “Adam Strange”.
    Pero todo eso era cosa del pasado. Ahora el estilo de Infantino había perdido pulso y se había vuelto más feista y rígido. Sus personajes resultaban poco estilizados, con amplias caras, y guardaban escaso parecido con sus contrapartidas cinematográficas. A ello había que añadir que Carmine tenía que producir una gran cantidad de páginas al mes, dibujando varias series simultáneamente, lo que se traducía en dibujos de fondos poco elaborados, viñetas ocupadas por primeros planos y demás trucos para aumentar el ritmo de producción. Aún así, la narrativa visual de Infantino seguía siendo clara y diáfana, con lo que los tebeos eran fáciles de leer. Si a esto añadimos que la fiebre “Star Wars” estaba en uno de sus puntos álgidos, no puede extrañar a nadie el éxito del tebeo, que vendía a finales de los setenta como “Spiderman” y los entonces novedosos “X-Men” de Claremont y Byrne.
    Goodwing e Infantino se mantuvieron en la serie hasta aproximadamente el número 50, cronológicamente un poco posterior a la película del “Imperio Contraataca”. Fueron sustituidos por David Micheline y Walter Simonson, que supusieron en una notable mejoría.
    El espectacular dibujo de Walter Simonson.

    Simonson es un autor detallista, que cuida los fondos y que siempre ha sido un gran aficionado a la ciencia ficción. Su paso por títulos como “Thor”, “Battlestar Galactica” o “Starslammers”-este último de creación propia- dan buena fe de ello. A su lado, Micheline era un guionista eficaz, como atestiguan sus largas etapas en “Iron Man” o “Spiderman”. Indudablemente esta puede considerarse la mejor etapa de la serie, pese a que el entintado de Tom Palmer quitaba algo de personalidad y fuerza  a los dibujos de Simonson.
    Pero con el tiempo Simonson abandonó la serie, y poco después Micheline; siendo sustituidos por Mary Jo Duffy en el guión, y Ron Frenz en el dibujo. Frenz no es un dibujante tan bueno como Simonson, pero las marcadas tintas de Palmer hicieron que la transición entre ambos no resultara demasiado brusca. Durante esta etapa, se produjo el estreno de “El Retorno del Jedi”, que, al contrario que sus predecesoras, no fue adaptada en la serie regular de Marvel, sino en unos números prestigio aparte, que podrían insertarse entre el 80 y 81 de esta última.
    Los zeltrones
    Concluida la saga cinematográfica, Marvel debió empezar a perder interés en la serie. Ron Frenz fue sustituido por la dibujante Cynthia Martin, por lo que el guion y el dibujo de “Star Wars” estuvieron ambos ahora en manos de mujeres. Martin fue una de las dibujantes pioneras en el mundo del comic americano, y posee un estilo dinámico y con un cierto aire manga, pero quizás no demasiado apropiado para esta serie. A eso hay que añadir que su dibujo estaba muy influido por la estética ochentera, especialmente en el aspecto de razas como los zeltrones.
    Con estas autoras el comic de “Star Wars” llegó a su final en el número 107, en el año 1986. Las malas lenguas dicen que a George Lucas no le hacía gracia que en el tebeo de Marvel se contasen historias posteriores a “El Retorno del Jedi”; pero lo cierto es que la fiebre “Star Wars” había remitido -un poco- tras la conclusión de la trilogía original, lo que debió reflejarse en las ventas. Sea como fuere, aquí terminó la serie. Pasarían décadas antes de que Marvel volviera a publicar nuevos tebeos de la saga galáctica por excelencia, ya bajo la égida de la todopoderosa Disney.

  • sábado, 19 de enero de 2019

  • Fugándose de un mundo manchado.

    Hace 50 años la perspectiva de la carrera espacial era muy diferente. El Apolo 11 acababa de aterrizar en la Luna sólo 8 años después de que el primer hombre llegase al espacio, y 12 desde que el  Sputnik I fuera puesto en órbita. Con esta progresión,  el resto de planetas del Sistema Solar podrían visitarse en unas pocas décadas a lo sumo. El universo parecía estar al alcance de la mano. Entonces, ¿Qué sucedió? ¿Por qué seguimos confinados en este pequeño planeta?
    Es difícil saberlo; pero hay pistas. Una ley no escrita dice que toda nueva tecnología pasa por una primera fase de expansión explosiva, una segunda de crisis, y una tercera de crecimiento más moderado. Así sucedió con los ferrocarriles en el siglo XIX; y también con las empresas punto com a finales del pasado siglo. En el caso de la astronáutica la primera etapa correspondería a los sesenta, y la segunda a partir de los setenta del siglo XX. Además, hemos de contar con un contexto en los setenta nada favorable a invertir en el espacio: USA había gastado enormes cantidades de dinero en la Guerra de Vietnam, en 1973 comenzó la Crisis del Petróleo, y la Guerra Fría, impulsora de las gestas espaciales, se había apaciguado durante los gobiernos de Nixon y Carter en América.
    El cohete Saturno V sobre su vehículo de transporte
    Pero hay otro problema fundamental,  que lastra el acceso del hombre al espacio: el coste de llevar cualquier carga a la órbita. Ese problema era secundario en los años sesenta; la hegemonía mundial estaba en juego, y cada golpe de efecto allá arriba compensaba los elevadísimos gastos del Programa Apolo.
     Pero ya a finales de los sesenta ni eso funcionó. Las últimas tres misiones a la Luna fueron canceladas. Y la NASA comenzó a buscar formas de ahorrar costes: como había sobrado material del Programa Apolo, este fue usado para las misiones de la estación orbital Skylab, y el programa conjunto con la URSS Apollo-Soyuz. Al mismo tiempo comenzó a desarrollarse un nuevo vehículo espacial reutilizable y más barato: el Space Shuttle; que pese a sus notables logros -puso en órbita telescopios como el Hubble, o sondas interplanetarias como la Galileo o la Magallanes, por no hablar de su contribución a la construcción de la ISS- nunca consiguió abaratar lo suficiente sus costes; y lo que es peor, sufrió los trágicos accidentes de los transbordadores “Columbia” y “Challenger”.
    Otro efecto colateral del Space Shuttle afectó a los rivales espaciales de los USA, la URSS. El desarrollo del transbordador espacial desató las suspicacias de los dirigentes soviéticos, que veían en él un proyecto eminentemente militar, destinado a bombardear con armas nucleares, transportadas en su bodega, las ciudades rusas. Había que mantener la paridad con los americanos desarrollando su propio Shuttle.
    Los científicos rusos dijeron a sus jefes que era mejor construir un transbordador más pequeño y barato. Pero no les hicieron caso; la URSS tenía, debía desarrollar un vehículo que pudiera mover al menos tanta carga -de armas- como su contrapartida americana. El resultado fue un aparato muy similar al Shuttle en su aspecto exterior , montado en un impresionante cohete llamado “Energía”, el más potente del mundo desde el Saturno V del programa Apolo. Desarrollar ambos fue un costosísimo proyecto que, junto al desmesurado gasto militar soviético, contribuyó al colapso final de la URSS en 1991. Así que a principios de los 90 la carrera espacial se había quedado sin uno de sus competidores, y sin su motivo principal: la Guerra Fría.
    Imagen del transbordador ruso "Buran", antes de
     su primer y único lanzamiento,
    acoplado al cohete impulsor " Energía"
    Empezó entonces la era de cooperación entre Rusia y Estados Unidos. Los transbordadores americanos llevaron repuestos y comida a la estación espacial rusa Mir. Y los rusos contribuyeron a la construcción de la ISS con algunos de sus principales módulos. Sin embargo la exploración humana del espacio fue a paso de tortuga. En 2011, los viejos transbordadores se retiraron, tras completar la construcción de la ISS. Y a partir de entonces, los americanos han tenido que pagar a los rusos para acceder a la estación orbital. Mas que una evolución, la carrera espacial parecía una involución.
    Pero a principios del nuevo siglo entraron otros jugadores en el espacio: las empresas privadas. Inicialmente, se ocuparon de sustituir a los transbordadores en la tarea de llevar carga -no astronautas- a la ISS. Aquí aparece la ahora famosa Space X, del no menos famoso Elon Musk, fundador de Paypal, que empezó mandando repuestos y material a la Estación Espacial Internacional con su cápsula Dragon, pero que ahora también es un peso pesado en la puesta en órbita de satélites comerciales, con más de 20 lanzamientos al año.
    Otro campo donde participan las empresas privadas es el turismo espacial, con compañías como Virgin Galactic o Blue Origin. Esta última se encuentra dirigida por otro magnate de internet, Jeff Bezos, el dueño de Amazon y uno de los hombres más ricos del mundo.
    Tanto Space X como Blue Origin han mostrado su interés en ir más allá y comenzar la colonización del espacio. Pero saben que tienen que enfrentarse al viejo problema de los costes de subir material fuera de la Tierra. Su solución pasa por desarrollar cohetes reutilizables: Space X lo ha conseguido a medias, pues sus lanzadores Falcon pueden recuperar sus primeras etapas , pero no las segundas; Blue Origin sí ha conseguido fabricar un cohete totalmente reutilizable, el New Shepard, pero que sólo tiene capacidad para pequeños vuelos por debajo de la órbita.
    El sugestivo interior de una colonia espacial O'Neill.
    ¿Conseguirán estas empresas su objetivo de un acceso rápido y barato al espacio, que iniciaría la tercera fase de desarrollo de la tecnología espacial, mencionada más arriba, en el segundo párrafo? ¿Podremos ver en un futuro próximo bases en los planetas cercanos, o colonias espaciales como las que especuló el físico Gerald K. O’Neill en los años 70? Es imposible saberlo. Pero la lucha por conseguirlo sigue. Seguimos intentando fugarnos de este mundo manchado, manchado por la mano de una humanidad que no acaba de administrar adecuadamente los recursos de nuestro pequeño planeta.

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