Es difícil saberlo; pero hay pistas. Una ley no escrita dice que toda nueva tecnología pasa por una primera fase de expansión explosiva, una segunda de crisis, y una tercera de crecimiento más moderado. Así sucedió con los ferrocarriles en el siglo XIX; y también con las empresas punto com a finales del pasado siglo. En el caso de la astronáutica la primera etapa correspondería a los sesenta, y la segunda a partir de los setenta del siglo XX. Además, hemos de contar con un contexto en los setenta nada favorable a invertir en el espacio: USA había gastado enormes cantidades de dinero en la Guerra de Vietnam, en 1973 comenzó la Crisis del Petróleo, y la Guerra Fría, impulsora de las gestas espaciales, se había apaciguado durante los gobiernos de Nixon y Carter en América.
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El cohete Saturno V sobre su vehículo de transporte |
Pero ya a finales de los sesenta ni eso funcionó. Las últimas tres misiones a la Luna fueron canceladas. Y la NASA comenzó a buscar formas de ahorrar costes: como había sobrado material del Programa Apolo, este fue usado para las misiones de la estación orbital Skylab, y el programa conjunto con la URSS Apollo-Soyuz. Al mismo tiempo comenzó a desarrollarse un nuevo vehículo espacial reutilizable y más barato: el Space Shuttle; que pese a sus notables logros -puso en órbita telescopios como el Hubble, o sondas interplanetarias como la Galileo o la Magallanes, por no hablar de su contribución a la construcción de la ISS- nunca consiguió abaratar lo suficiente sus costes; y lo que es peor, sufrió los trágicos accidentes de los transbordadores “Columbia” y “Challenger”.
Otro efecto colateral del Space Shuttle afectó a los rivales espaciales de los USA, la URSS. El desarrollo del transbordador espacial desató las suspicacias de los dirigentes soviéticos, que veían en él un proyecto eminentemente militar, destinado a bombardear con armas nucleares, transportadas en su bodega, las ciudades rusas. Había que mantener la paridad con los americanos desarrollando su propio Shuttle.
Los científicos rusos dijeron a sus jefes que era mejor construir un transbordador más pequeño y barato. Pero no les hicieron caso; la URSS tenía, debía desarrollar un vehículo que pudiera mover al menos tanta carga -de armas- como su contrapartida americana. El resultado fue un aparato muy similar al Shuttle en su aspecto exterior , montado en un impresionante cohete llamado “Energía”, el más potente del mundo desde el Saturno V del programa Apolo. Desarrollar ambos fue un costosísimo proyecto que, junto al desmesurado gasto militar soviético, contribuyó al colapso final de la URSS en 1991. Así que a principios de los 90 la carrera espacial se había quedado sin uno de sus competidores, y sin su motivo principal: la Guerra Fría.
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Imagen del transbordador ruso "Buran", antes de su primer y único lanzamiento, acoplado al cohete impulsor " Energía" |
Pero a principios del nuevo siglo entraron otros jugadores en el espacio: las empresas privadas. Inicialmente, se ocuparon de sustituir a los transbordadores en la tarea de llevar carga -no astronautas- a la ISS. Aquí aparece la ahora famosa Space X, del no menos famoso Elon Musk, fundador de Paypal, que empezó mandando repuestos y material a la Estación Espacial Internacional con su cápsula Dragon, pero que ahora también es un peso pesado en la puesta en órbita de satélites comerciales, con más de 20 lanzamientos al año.
Otro campo donde participan las empresas privadas es el turismo espacial, con compañías como Virgin Galactic o Blue Origin. Esta última se encuentra dirigida por otro magnate de internet, Jeff Bezos, el dueño de Amazon y uno de los hombres más ricos del mundo.
Tanto Space X como Blue Origin han mostrado su interés en ir más allá y comenzar la colonización del espacio. Pero saben que tienen que enfrentarse al viejo problema de los costes de subir material fuera de la Tierra. Su solución pasa por desarrollar cohetes reutilizables: Space X lo ha conseguido a medias, pues sus lanzadores Falcon pueden recuperar sus primeras etapas , pero no las segundas; Blue Origin sí ha conseguido fabricar un cohete totalmente reutilizable, el New Shepard, pero que sólo tiene capacidad para pequeños vuelos por debajo de la órbita.
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El sugestivo interior de una colonia espacial O'Neill. |